domingo, julio 24, 2011

"Yo ví crecer a los campeones olímpicos"

Fotografía: Melbourne 1997. Leo Palladino, Lucas Victoriano, Manu Ginóbili y Fabri Oberto con Gorroño.

¿Cómo eran cuando se fueron formando? ¿Cómo pintaban? Nadie mejor que el periodista Guillermo Gorroño para contarnos esa etapa tan esencial en la vida de quienes ganaron la medalla de oro para el básquetbol argentino. Compartió alegrías y tristezas. Los vio reir y los vio llorar. Sintió sus mismos sueños y los transmitió en las páginas de la revista "El Gráfico". Ahora, escribiendo para esta columna, vuelve a vivir aquellos momentos inolvidables.

Guillermo Adolfo Gorroño, entrerriano de Concordia, fue el periodista argentino que más compartió la intimidad de la etapa formativa de nuestros campeones olímpicos. Además, estuvo en las dos citas mundialistas que jugó el grupo madre: cuando juveniles en Atenas (Grecia) 1995 y cuando Sub-22 en Melbourne (Australia) 1997.
Entre agosto de 1992, con 20 años, y agosto de 1999 trabajó en la revista "El Gráfico", encargándose codo a codo conmigo de la cobertura del básquetbol. Así que sé sobradamente de su capacidad y lucidez como redactor, de su ejemplar responsabilidad profesional y de su entrega vocacional a destajo.
Guillermo fue un inquieto, permanente y brillante buscador de historias originales para aumentar el interés de sus textos y siempre tuvo una actitud positiva con nuestro deporte.
Era inevitable que le pidiera que escriba esta nota para "La columna de O. R. O.":

"No son pocos los momentos que pude compartir con el grupo de jugadores que hace unos meses le regaló al básquetbol argentino su primera medalla olímpica. Pero elijo uno que me tocó presenciar en el Mundial Sub-22 de Melbourne, en agosto de 1997, por la naturaleza de sus protagonistas y su espontáneo compromiso a futuro.

Era el último día, el domingo 10, del torneo que más y peor los marcó en la etapa formativa de la Selección Nacional, precisamente la ceremonia de premiación. Luego de caer derrotados en el último segundo de las semifinales ante el equipo local, Victoriano y Oberto -las dos máximas figuras de ese equipo- observaban en silencio el festejo de australianos, puertorriqueños y yugoslavos desde las plateas del célebre Melbourne Park.

Recuerdo que Lucas, en cada viaje al exterior, siempre compraba un presente para cada integrante de su familia. En aquella ceremonia el tucumano descubrió que la organización del Mundial -como ya es tradición en los últimos años- le regalaba a cada jugador del podio un canguro de peluche, el animal símbolo de ese país.

Victoriano, todavía con los ojos enrojecidos y aguantando el dolor que le provocaba no estar recibiendo una medalla en aquel instante, ya que Argentina finalizó en el cuarto puesto, de pronto se dio vuelta y le preguntó al cordobés: "Che, Fabri, quiero uno de esos canguritos para llevárselo de regalo a mi hermana (su melliza Gabriela). ¿Sabés cómo puedo hacer para conseguirlo?"

La respuesta de Oberto no llegó de inmediato, porque justo el estadio explotó mientras los chicos australianos se subían al escalón del campeón. Pero en medio del griterío, Fabricio se acercó al base y le dijo al oído:

"No te hagas drama... En el 2000 los Juegos Olímpicos se harán acá, así que venimos, subimos al podio y nos llevamos los canguritos, ¿o no? Y enseguida chocaron las palmas, a modo de pacto.

Está bien, el compromiso lo terminaron cumpliendo siete años más tarde en lugar de los tres prometidos, y uno de ellos (Victoriano), por esa cosas de un progreso diferente como jugador, no estuvo en el plantel que se coronó en Atenas 2004. Pero la anécdota -pequeña y quizá hasta poco relevante- vale para pintar el espíritu ganador de este grupo.

Haber elegido en el comienzo este Mundial de Melbourne no fue un capricho. Soy de los que piensa que en el Mundial del 2002 se jugó de manera más agradable -al menos desde el punto de vista visual- que en los últimos Juegos Olímpicos. Y aquella Selección Sub-22, dirigida por Julio Lamas, que en nuestro país sólo tuvo trascendencia por el resultado ya que no hubo transmisión por televisión, desplegó un básquetbol similar al de Indianápolis: con una generosidad defensiva que emocionaba.

En aquel equipo vi festejar más una cortina de Gaby Fernández o Leo Gutiérrez sobre un rival de 2,10 m. que un triple de Lucas Victoriano. Vi estallar más al banco de suplentes cuando Pepe Sánchez se pelaba las rodillas para robar un balón que por una volcada de Manu Ginóbili, que tuvo varias espectaculares...

En síntesis: aquel grupo, como este último, que prácticamente es el mismo, siempre tuvo en claro qué debía hacer para ganar y cuáles eran las prioridades.

Esta generación, que en los Juegos Olímpicos llegó a lo más alto que puede aspirar un deportista, sufrió dos golpes durísimos en su curso evolutivo.

El primero fue aquella derrota 71-68 con Australia en Melbourne, el sábado 9 de agosto de 1997, una deuda que varios sintieron haber pagado ya con el subcampeonato del mundo en Indianápolis.

Porque perder la semifinal de un Mundial con un triple en el último suspiro, cuando se había dispuesto de varias ocasiones para liquidar el pleito contra un rival al que ya se había ganado en la rueda preliminar, deja sin dudas una marca imborrable. Y de las peores.

El segundo golpe fue la muerte de Gabriel Riofrío. En el nacimiento de este grupo, allá por octubre de 1993, en el Sudamericano de Cadetes de Itanhaem, Brasil, surgió de inmediato un líder basquetbolístico. Riofrío fue el primer gran jugador que tuvo esta generación de oro. Y afuera de la cancha, al mismo tiempo, era la persona más querida.

Recuerdo que en el Mundial Juvenil de Grecia, en julio de 1995, que cubrí para la revista "El Gráfico", todos los "scouts" de la NBA coincidían con un nombre en sus libretas de apuntes: Riofrío. Es que más allá de que Lucas Victoriano daba una imagen más explosiva y atractiva, a futuro para los detectores de talentos, Gaby aparecía como un diamante en bruto, con sus dos metros de altura y un manejo de pelota pocas veces visto.

En aquel equipo, que se dio el lujo de ganarle 67-58 a un Estados Unidos formado entre otros por Stephon Marbury y Vince Carter -ambos hoy estrellas en la NBA- y que finalizó en la sexta posición, Riofrío era la gran apuesta. Y en el grupo ya se veían rasgos que se pronfundizarían más tarde: la unión entre sus integrantes, indestructible.

Luis Scola, por ejemplo, era el más joven de todos con apenas 15 años, pero llamativamente se mostraba como el más adulto a partir de su manera de hablar, cargada de demasiada opinión para un pibe de su edad.

Me acuerdo de una anécdota. Una de las clásicas bromas en cualquier hotel es llamar a otra habitación y hacerse pasar por alguien distinto. Aquella vez, Pepe Sánchez -en complicidad con el resto del grupo- se comunicó con la pieza donde estaba Luisito, imitando a un periodista radial de la Argentina que quería saber de la actuación del equipo.

El bahiense le pidió un concepto sobre el desempeño de sus compañeros hasta ese momento. Scola, sin dudar, habló de las bondades de varios, pero también señaló con crudeza: que Gabriel Fernández no estaba haciendo un buen torneo y que "¡¡¡ debía levantar más su nivel !!!".

Luis siempre estuvo un paso delante del resto, en el juego y también en su precipitada madurez.

En aquellos días de Grecia, en un plantel que conducía Guillermo Edgardo Vecchio, ya se destacaban Lucas Victoriano y Leo Palladino por sus permanentes cuotas de humor. Eran uno para el otro, verdaderas pesadillas para el resto por sus bromas en el hotel, tan identificados entre sí que se hicieron para el campeonato el mismo corte de pelo, el clásico corte "taza", hace nueve años llamado a ser el último grito de la moda en el básquet y hoy un verdadero espanto estilístico. Tan grande fue la contribución de Palladino y Victoriano para mantener la alegría del grupo a lo largo de los años -más allá de sus respectivos aportes como jugadores, clave en ambos casos-, que pese a no ser convocados por Rubén Magnano para el plantel definitivo de Atenas 2004, en el último podio Pepe Sánchez se acordó de sus dos viejos compañeros al lucir una remera blanca con sus nombres.

Gabriel Riofrío fue la primera gran figura y después vendrían Lucas Victoriano, Fabricio Oberto y Manu Ginóbili, aunque fuera de la cancha los aspectos del juego siempre quedaban inmediatamente a un costado, porque para este grupo la amistad era lo primero.

Por eso, la súbita muerte de Riofrío el domingo 7 de enero del 2001 provocó las más increíbles reacciones de dolor entre los integrantes del grupo, aun cuando ya Gaby no era un jugador indiscutido y lentamente se había ido alejando de las Selecciones Nacionales.

En la noche de su fallecimiento empecé a llamar desesperado a cada uno de quienes habían sido sus compañeros más cercanos. Desperté a Oberto en Vitoria, España, y Fabricio llegó a preguntarme cerca de diez veces si no le estaba haciendo una broma. Llamé a Leo Palladino a Reggio Calabria, Italia, y se quedó en silencio por un buen rato, sin poder entender la noticia. Al día siguiente logré ubicar a Pepe Sánchez en Philadelphia, Estados Unidos, y el bahiense se retiró llorando del entrenamiento de los Sixers.

Tal vez el mejor recuerdo lo rescato del propio Pepe, cuando volví a comunicarme unos días más tarde. "Para el grupo nuestro, que estuvo tantos años juntos y recorrió el mundo desde Bolivia hasta Australia, siento que algo se rompió -me dijo emocionado-. Siento que, cuando nos veamos de nuevo, recién ahí nos vamos a dar cuenta de lo que pasó: de que perdimos a un hermano..."

Y de eso se trata:
aun sin lazos de sangre que los unan, la clave de este grupo que
Enlacepuso su semilla en 1993 y llegó a lo máximo once años más tarde, y por el que pasaron varias decenas de jugadores que también merecen un lugar en la historia grande, la clave -decía- estuvo en esa relación única que lograron estos jugadores.

Tan especial y tan inmejorable que me hace pensar que será muy difícil que se vuelva a lograr, aunque los títulos y los podios sigan llegando".

Fuente: WebAsketball

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